Inteligencia y pobreza

Ayer se publicó en la prestigiosa revista The Lancet, un artículo muy interesante (1) que a los estudiosos del cerebro nos estimula para seguir investigando la relación que existe entre inteligencia y pobreza en cualquiera de sus manifestaciones. La noticia de agencias estaba servida: “Más de 200 millones de niños menores de cinco años no consiguen alcanzar el pleno desarrollo de su potencial cognitivo a causa de la pobreza, la mala salud, la desnutrición y el cuidado deficiente, revela un informe que publica esta semana la revista The Lancet. La mayoría de estos niños (89 millones) vive al sur de Asia y en 10 países (India, Nigeria, China, Bangladesh, Etiopía, Indonesia, Pakistán, República Democrática del Congo, Uganda y Tanzania) donde se concentra el 66% de los 219 millones de niños desfavorecidos de los países en desarrollo. Estos niños probablemente abandonarán la escuela y en el futuro tendrán bajos ingresos, una alta fertilidad y no podrán colmar las necesidades básicas de sus propios hijos, lo que contribuirá a la transmisión intergeneracional de la pobreza”.

Podríamos sacar diversas conclusiones en torno a esta crónica del fracaso anunciado de la inteligencia conectiva, pero la lectura pausada del último Informe sobre la salud en el mundo 2005, con el sugerente título ¡Cada madre y cada niño contarán! (2), permite tomar conciencia de esta realidad cerebral en el corto, medio y largo plazo. Las cifras que aporta el Informe (y contra hechos científicos no valen determinados argumentos éticos de justificación ajustada y políticamente correcta), presentan un panorama preocupante para la frontera de la Noogénesis (3) y de su proyección en la Noosfera (malla pensante, la corteza cerebral del mundo, lo más próximo a la realidad de la red de redes), con el respeto científico que encierra en relación con los derechos a la inteligencia individual de cada una, de cada uno, en palabras de LEE Jong-wook, cuando ocupaba la Dirección General de la Organización Mundial de la Salud y fallecido en mayo de 2006: “La maternidad/paternidad se acompaña siempre de un fuerte deseo de ver crecer a los hijos felices y sanos. Ésta es una de las pocas constantes de la vida de las personas en todo el mundo. Sin embargo, incluso en el siglo XXI, todavía permitimos que muchos más de 10 millones de niños y medio millón de madres mueran cada año, pese a que la mayoría de esas defunciones pueden evitarse. Setenta millones de madres y sus recién nacidos, así como innumerables niños, están excluidos de la atención sanitaria a que tienen derecho. Aún más numerosos son los que sobreviven sin protección alguna contra la pobreza que puede acarrear la mala salud” (4).

La importancia de la inteligencia individual tiene ya su punto de partida en el hecho de la gestación del ser humano y en sus ciclos antecedentes de la unión de una pareja, por la aportación futura a la configuración de la inteligencia individual y conectiva. Y hay un dato irrefutable: cada año nacen en torno a 136 millones de niñas y niños, con unas capacidades determinadas por el carné genético de cada uno y por su entorno.

Este bucle perverso, generado por la pobreza extrema que está más cerca de nuestras vidas de lo que a veces creemos, se forja en la visión integrada de la correlación existente entre inteligencia, gestación y nacimiento, como kilómetro cero de la proyección humana de la inteligencia individual. Esta perspectiva está mucho más cerca de la realidad social desarrollada de lo que muchas veces se piensa e investiga. Y llena de frustración saber que las posibilidades de cada inteligencia en particular se forjan en esta fase de los preliminares de la vida. Más tarde, comienza el camino errático de la pobreza global: física, psíquica y social.

Cuando leía recientemente el reportaje de National Geographic sobre La Mente, de James Shreeve (5), en el que se comentan las circunstancias que rodeaban una intervención en el cerebro de Corina Alamillo, paciente con un tumor cerebral en el lóbulo frontal izquierdo, comprendí mejor lo que desde hace muchos años vengo analizando en publicaciones científicas: el cerebro alcanza su desarrollo más perfecto en los meses de gestación en el vientre materno y ya viene “programado” para su existencia particular: “Por lo que se refiere al crecimiento cerebral, los nueve meses que pasó en el vientre materno fueron una hazaña de desarrollo neuronal de dimensiones épicas. Cuatro meses después de la concepción, el embrión que iba a convertirse en Corina estaba produciendo medio millón de neuronas por minuto, que a lo largo de las semanas siguientes migraron al cerebro, hacia destinos específicos determinados por señales genéticas e interacciones con las neuronas adyacentes. Durante el primero y el segundo trimestre de su gestación, las neuronas comenzaron a tender tentáculos entre sí, estableciendo sinapsis (puntos de contacto) a un ritmo de dos millones por segundo”. Sigue narrando, posteriormente, esta apasionante aventura del cerebro humano: “Tres meses antes de su nacimiento, Corina tenía más células cerebrales de las que volvería a tener en toda su vida: una sobrecargada jungla de conexiones. Muchas más de las que necesita un feto en el ambiente cognitivamente poco estimulante del útero, muchas más incluso de las que necesitaría de adulta”.

Esta deslumbrante descripción plantea cuestiones sobre las que también se está avanzando científicamente, porque puede ayudar a “cuidar” el cerebro desde la creación del embrión humano y, de esta forma, cuidar el desarrollo del mismo y de la inteligencia, como corolario adecuado. Quizá sea la fase en la que la “transmisión” de afectos y serenidad en la vida de la madre, puede “preprogramar” el cerebro del bebé con todas las garantías: “los bebés son buscadores natos de información”, afirma Mark Jonson, del Centro sobre Desarrollo Cerebral y Cognitivo de Birkbeck, en la Universidad de Londres (6).

En el Informe sobre Salud Mental: nuevos conocimientos, nuevos esperanzas, presentado por la OMS en 2001, se confirmaba la importancia del desarrollo fetal y su interrelación con el del cerebro: “Durante el desarrollo fetal, los genes dirigen la formación del cerebro. El resultado es una estructura específica y muy organizada. Este desarrollo temprano puede también verse afectado por factores ambientales como la alimentación de la embarazada y el abuso de sustancias (alcohol, tabaco y otras sustancias psicotrópicas) o la exposición a radiaciones. Después del nacimiento, y a lo largo de la vida, experiencias de todo tipo pueden no sólo dar lugar a una comunicación directa entre las neuronas, sino también poner en marcha procesos moleculares que remodelen las conexiones sinápticas (Hyman, 2000). Este proceso se describe como plasticidad sináptica y modifica literalmente la estructura física del cerebro. Puede darse la creación de sinapsis nuevas, la eliminación de sinapsis antiguas y el fortalecimiento o el debilitamiento de las existentes. El resultado es que la información que se procesa en el circuito cambiará para incorporar la nueva experiencia” (7).

Las interacciones de los genes y el medio en el que se desenvuelven durante la gestación, nacimiento y crecimiento del ser humano, están aún por descifrar pero se sabe que constituyen una garantía de futuro cerebral escrita en el carné genético de cada uno.

Si la ciencia es capaz ya de anunciar a los cuatro vientos estas posibilidades, la injusticia social denunciada en el artículo de The Lancet evidencia la gran fractura humana que sufrimos. Por cierto más cerca de nosotros de lo que creemos. Quizá en el piso de arriba de nuestras casas, en el teórico primer mundo, donde la inteligencia de las niñas y niños que conocemos pueden estar viviendo un auténtico infierno en su desarrollo afectivo y social. Eso sí, con una pobreza diferente.

Sevilla, 9/I/2007

(1) S. Grantham-McGregor, S., Cheung, Y., Cueto, S., Glewwe, P., Richter, L., Strupp, B.  (2007). Developmental potential in the first 5 years for children in developing countries.  The Lancet, Volume 369, Issue 9555, págs. 60-70.
(2) O.M.S. (2005). Informe sobre la salud en el mundo 2005. ¡Cada madre y cada niño contarán!. Ginebra: O.M.S.
(3) La biogénesis (origen de la vida) disparó la noogénesis (el origen de la inteligencia), en lenguaje de Teilhard y la noogénesis sigue evolucionando en el ámbito que le es más propicio: el cerebro humano, dejando un camino expedito para que se manifieste lo que todavía no es en el ser humano o, mejor dicho, no sabemos que es, “porque no nos ha dado tiempo de saberlo” o porque no se destinan los fondos suficientes para saberlo y nos “distraemos” en otras cuestiones que deciden otros. Eso es lo que nos ofrece el estado del arte actual en el terreno de las neurociencias.
(4) O.M.S. (2005). Ibídem, 2
(5) Shreeve, J. (2005). La Mente. National Geographic, Marzo, 2-27.
(6) Shreeve, J., Ibídem, pág. 10.
(7) O.M.S. (2001). Informe sobre la Salud en el Mundo 2001. Salud mental: nuevos conocimientos, nuevas esperanzas. Ginebra: O.M.S.

Una respuesta a «»

  1. “La pobreza es la peor forma de contaminación,” proclamó Indira Gandhi ante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano en Estocolmo en 1972.

    En medio de las noticias de gadgets, webes dos puntos ceros, ipod, mac, imac, iphones y demás, cuando quiero volver a la realidad, a la otra realidad…me doy un paseo por
    el blog de José Antonio Cobeña Fernández. «El mundo sólo tiene interés hacia adelante…».
    Las navidades han pasado y los deseos de paz, prosperidad y felicidad se olvidan pronto…

    Un deseo para el 2007: Salud y educación para todos!!!

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